(Reseña de 7 Cajas para quienes ya la
vieron)
Más allá de la evidente resistencia a
la crítica que hay en el escenario cinematográfico paraguayo, cuyo
eslogan es el horrible y pleonástico enunciado “hacer es lo que
hay que hacer”, no me interesa en lo más mínimo establecer un
juicio de valor en torno a 7 Cajas y mucho menos concluir con que me
gusto o no me gusto. La opinión es un patrimonio de todos y quizás
para tener una haya que ir al cine y punto.
En cambio, me interesa concentrar mi
atención en un plano de sentidos subyacentes que hasta el momento no
he escuchado mencionar a los cientos de miles de espectadores que
están a punto de convertirla en la pesadilla del Titanic, me refiero
al momento en que la película deja de ser un cross over de policial
hollywoodense (o la peli tropical-favelística brasileña) al
escenario del Mercado 4, para convertirse en una obra de gran valor
literario, social y sobre todo humano.
El Mercado 4 es la locación ideal para
una trama como la de 7 Cajas, donde las ambigüedad, las apariencias
y las malas interpretaciones convierten sus pasillos en corredores de
peligro y de muerte. Ese laberinto espacial donde Víctor se tropieza
constantemente con su principal obstáculo, Nelson, es también un
laberinto linguístco, un laberinto cultural y simbólico donde los
valores del mundo flirtean en un juego fatal con el valor de cambio
del dólar.
Sin embargo, la originalidad de la
película no radica -desde mi punto de vista- en la curiosidad ni la
autoctonía del escenario que se plantea, sino en el acierto de Juan
Carlos Maneglia de traducir en todos los niveles un subgénero
cinematográfico a la idiosincracia popular paraguaya y desde allí
observar, identificar y analizar una realidad que tiene sus propios
intereses y por supuesto, sus propias miserias.
El dinero y los personajes
Decíamos que el mercado se presenta
como un laberinto, esto se extiende a la relación que mantienen los
personajes que la mayoría de las veces es confusa y equívoca. De
hecho, el contenido de las cajas es producto de un error de códigos
comunicacionales, los “tomates y lechugas” que funcionaban como
un folklórico e ingenuo sistema de referencia del dinero y la
secuestrada se trastocan para que finalmente Víctor termine paseando
un cadáver cercenado en 7 partes.
Este tipo de incomunicaciones y de
ingenuidades es constante en el laberinto del 4 y del 7. El Dollar
mutilado por ejemplo, tiene que ver con una lectura de mundo
particularmente paraguaya, un sistema monetario que acepta los
remiendos con cinta scotch y endosos líricos, aplicada a una
realidad que excluye esas posibilidades. El dólar mutilado no sirve,
pierde valor, es otro laberinto, otra fragmentación incapaz de
reunirse.
En este mundo de equívocos el bien
deseado, al menos en apariencia, es siempre el dinero. En este
aspecto, la película tiene algo de la novela picaresca, en tanto que
las estructuras morales y la evolución de los personajes están
supeditadas a la necesidad de conseguir dinero. Sin embargo, lo que
da a cada personaje un carácter particular y un lugar en el mundo
diferente tiene que ver con los intereses que subyacen al dinero,
siempre hay un segundo interés atrás del dinero que algunas veces
tiene que ver con un deseo egoísta y otras veces con algo más.
Así por ejemplo aparece Nelson, el
mayor obstáculo que encuentra el protagonista pero también un
sujeto que se mueve hacia un interés personal que lo vuelve
psicológicamente profundo. Nelson no es “el malo” como podría
ser en una película protagonizada por Swagzenegger contra cubanos o
talibanes, es un padre de familia con el hijo enfermo que no tiene
dinero para comprarle un remedio y no tiene argumentos para convencer
a la farmacéutica para conseguirlo. Victor toma su lugar en el
trabajo de las 7 Cajas y esto lo convierte en su principal enemigo,
el protagonista es él mismo un obstáculo en la trama de Nelson, que
debe llegar al dinero para poder llegar a la salud de su hijo.
Un personaje muy interesante en la
película es Liz, que sería el principal ayudante en relación al
protagonista. Si bien Liz comienza siendo el personaje picaresco por
excelencia, echada a su suerte en el universo adverso del mercado con
la efímera misión de conseguir un bocado de comida, con el paso del
tiempo se convierte en uno de los más complejos. Ella está al lado
de Víctor no por el dinero ni por el celular que entre ambos se
convierte en un juego de poder, ella está allí porque quiere
mostrarle a su amigo que ella vale. Su misión es superarle en
inteligencia y en astucia a Víctor para darle una lección, y le
dice junto a la imagen de la virgen: “Viste Víctor que las mujeres
también valemos”. Y además, a partir de este personaje se quiebra
en toda la película el leit motiv materialista para acceder a un
plano trascendental y amoroso, ella es el amor en otras palabras.
A medida que vamos para arriba en la
jerarquía de los involucrados, esto es significativo, podemos decir
que el dinero se convierte cada vez más en un motivo en sí mismo y
llegamos hasta el punto en que el mismo marido de la secuestrada es
quien promueve todo este movimiento. La postergación del amor y del
sentido familiar por el único interes del dinero se representa en
la codicia del árabe que escapa en un barquito al final de la
película. Le sigue otro barco, su esposa muerta flotando en el agua
como ruina de todo lo perdido, de todo lo humano perdido.
Victor y los televisores
Víctor es evidentemente el personaje
más interesante y profundo de 7 Cajas, es quien mueve la acción. La
primera toma de la película, con una voz en off haciendo una
analogía entre la suba de la temperatura y del dólar, muestra el
reflejo de un televisor en el ojo de Víctor en un doble juego de
espejos.
Los televisores son espejos bovarianos
que reflejan al personaje en otras vidas posibles. En Madame Bovary
las lecturas de Saint-Simon o de Lamartine la incitan a odiar y
destruir su mundo materialista pequeño burgués en contraste con una
utopía romántica, en 7 Cajas el protagonista se ve reflejado en la
utopía consumista, montado en el convertible soñado y besando a las
princesas que promotoras del consumo. Es un bovarismo invertido, en
tanto que lo romántico está fatalmente ligado al alcance de lo
material como utopía.
También hay una particularidad en este
caso. Hay dos interpretaciones esenciales en el acto de “salir en
la tele”, una es mágica y la otra es social. Para un niño como
Víctor que no tiene lugar en la representacionalidad mediática
salir en la tele es sin duda un gesto tan fantástico que llega a
parecer mágico, sobrenatural. Por otra parte hay una dimensión
social, en tanto que lo que es reproducido en la televisión es lo
que existe, es de alguna forma “la realidad”. En ese aspecto los
espejos televisivos de Víctor son también una especie de hilo de
Ariadna (al menos aparente) que pueden sacarlo de los límites del
laberinto o del mercado.
Víctor también quiere como los otros
personajes acceder al dinero, pero como en el caso de Nelson o
todavía más, porque Nelson termina ofuscado por la enorme cifra que
menciona el jefe en su presencia y pierde de vista todos los otros
objetivos, lo que en realidad busca es un bien místico que está
inevitablemente relacionado en su imaginario a un teléfono celular y
en extensión a la suma que necesita para comprarlo.
El celular o “lelu” es la red que
en un supuesto le permitiría capturar sus sueños, en su dimensión
mágica sería algo así como la escritura ante los ojos de los
primeros guaraníes, el papel que habla o el aparato que nos duplica
en un mundo de sueños inalcanzables. El “lelu” con cámara es
entonces para Víctor el portal que lo separa de la virtualidad
mágica de la televisión.
En el laberinto que ya hemos mencionado
que es el mercado, todo es polifónico, múltiple y suceptible de
muchas visiones. El “lelu” no es para el policía lo que es para
Víctor, no lo es tampoco para la esposa de Gus que ve en su posible
venta la posibilidad de costear su parto y sin duda alguna no es lo
que termina siendo en manos del coreano Jim, un ojo testigo, un ojo
denunciante de la realidad, de la realidad en su faceta más cruda y
a la vez en su carácter más hollywoodense o bollywoodense; una
espectacular balacera en medio de la calle.
El espejo que devuelve y la victoria
Mágica
Los televisores durante toda la
película devuelven a Víctor la imagen de sus deseos, el auto, el
beso, la ropa. Pero al final el ojo de la cámara, el ojo del “lelu”
se da la vuelta para mirar la realidad del mercado y más que eso, el
terrible nudo en que esta historia de intereses encontrados termina.
El celular, ahora en manos del coreano Jim, nunca fue una vía de
evasión de la realidad del mercado, no fue como pensabamos el hilo
ariádnico, sino una metáfora de la fatalidad del destino, un gesto
absolutamente naturalista.
Pero es notable, así como al principio
de la película vimos el ojo de Víctor, al final vemos su sonrisa,
su VICTORia ante la realidad. Esta victoria no es social, es mágica,
el sonríe porque al final de cuentas “salió en la tele” y salir
en la tele es existir, es acceder a la realidad ante miles y miles de
ojos morbosos que lo reconocen en el mediodía asunceno.
2 comentarios:
buenísima critica, y es una critica vampira, ya que "refleja" mucho de lo que no se ve en imagen.
Genial bro.
Vega R
Nos-feratu de merkadito madrugado.
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