lunes, 10 de septiembre de 2012

Víctor en la casa de los espejos



(Reseña de 7 Cajas para quienes ya la vieron)


Más allá de la evidente resistencia a la crítica que hay en el escenario cinematográfico paraguayo, cuyo eslogan es el horrible y pleonástico enunciado “hacer es lo que hay que hacer”, no me interesa en lo más mínimo establecer un juicio de valor en torno a 7 Cajas y mucho menos concluir con que me gusto o no me gusto. La opinión es un patrimonio de todos y quizás para tener una haya que ir al cine y punto.
En cambio, me interesa concentrar mi atención en un plano de sentidos subyacentes que hasta el momento no he escuchado mencionar a los cientos de miles de espectadores que están a punto de convertirla en la pesadilla del Titanic, me refiero al momento en que la película deja de ser un cross over de policial hollywoodense (o la peli tropical-favelística brasileña) al escenario del Mercado 4, para convertirse en una obra de gran valor literario, social y sobre todo humano.
El Mercado 4 es la locación ideal para una trama como la de 7 Cajas, donde las ambigüedad, las apariencias y las malas interpretaciones convierten sus pasillos en corredores de peligro y de muerte. Ese laberinto espacial donde Víctor se tropieza constantemente con su principal obstáculo, Nelson, es también un laberinto linguístco, un laberinto cultural y simbólico donde los valores del mundo flirtean en un juego fatal con el valor de cambio del dólar.
Sin embargo, la originalidad de la película no radica -desde mi punto de vista- en la curiosidad ni la autoctonía del escenario que se plantea, sino en el acierto de Juan Carlos Maneglia de traducir en todos los niveles un subgénero cinematográfico a la idiosincracia popular paraguaya y desde allí observar, identificar y analizar una realidad que tiene sus propios intereses y por supuesto, sus propias miserias.


El dinero y los personajes
Decíamos que el mercado se presenta como un laberinto, esto se extiende a la relación que mantienen los personajes que la mayoría de las veces es confusa y equívoca. De hecho, el contenido de las cajas es producto de un error de códigos comunicacionales, los “tomates y lechugas” que funcionaban como un folklórico e ingenuo sistema de referencia del dinero y la secuestrada se trastocan para que finalmente Víctor termine paseando un cadáver cercenado en 7 partes.
Este tipo de incomunicaciones y de ingenuidades es constante en el laberinto del 4 y del 7. El Dollar mutilado por ejemplo, tiene que ver con una lectura de mundo particularmente paraguaya, un sistema monetario que acepta los remiendos con cinta scotch y endosos líricos, aplicada a una realidad que excluye esas posibilidades. El dólar mutilado no sirve, pierde valor, es otro laberinto, otra fragmentación incapaz de reunirse.
En este mundo de equívocos el bien deseado, al menos en apariencia, es siempre el dinero. En este aspecto, la película tiene algo de la novela picaresca, en tanto que las estructuras morales y la evolución de los personajes están supeditadas a la necesidad de conseguir dinero. Sin embargo, lo que da a cada personaje un carácter particular y un lugar en el mundo diferente tiene que ver con los intereses que subyacen al dinero, siempre hay un segundo interés atrás del dinero que algunas veces tiene que ver con un deseo egoísta y otras veces con algo más.
Así por ejemplo aparece Nelson, el mayor obstáculo que encuentra el protagonista pero también un sujeto que se mueve hacia un interés personal que lo vuelve psicológicamente profundo. Nelson no es “el malo” como podría ser en una película protagonizada por Swagzenegger contra cubanos o talibanes, es un padre de familia con el hijo enfermo que no tiene dinero para comprarle un remedio y no tiene argumentos para convencer a la farmacéutica para conseguirlo. Victor toma su lugar en el trabajo de las 7 Cajas y esto lo convierte en su principal enemigo, el protagonista es él mismo un obstáculo en la trama de Nelson, que debe llegar al dinero para poder llegar a la salud de su hijo.
Un personaje muy interesante en la película es Liz, que sería el principal ayudante en relación al protagonista. Si bien Liz comienza siendo el personaje picaresco por excelencia, echada a su suerte en el universo adverso del mercado con la efímera misión de conseguir un bocado de comida, con el paso del tiempo se convierte en uno de los más complejos. Ella está al lado de Víctor no por el dinero ni por el celular que entre ambos se convierte en un juego de poder, ella está allí porque quiere mostrarle a su amigo que ella vale. Su misión es superarle en inteligencia y en astucia a Víctor para darle una lección, y le dice junto a la imagen de la virgen: “Viste Víctor que las mujeres también valemos”. Y además, a partir de este personaje se quiebra en toda la película el leit motiv materialista para acceder a un plano trascendental y amoroso, ella es el amor en otras palabras.
A medida que vamos para arriba en la jerarquía de los involucrados, esto es significativo, podemos decir que el dinero se convierte cada vez más en un motivo en sí mismo y llegamos hasta el punto en que el mismo marido de la secuestrada es quien promueve todo este movimiento. La postergación del amor y del sentido familiar por el único interes del dinero se representa en la codicia del árabe que escapa en un barquito al final de la película. Le sigue otro barco, su esposa muerta flotando en el agua como ruina de todo lo perdido, de todo lo humano perdido.

Victor y los televisores
Víctor es evidentemente el personaje más interesante y profundo de 7 Cajas, es quien mueve la acción. La primera toma de la película, con una voz en off haciendo una analogía entre la suba de la temperatura y del dólar, muestra el reflejo de un televisor en el ojo de Víctor en un doble juego de espejos.
Los televisores son espejos bovarianos que reflejan al personaje en otras vidas posibles. En Madame Bovary las lecturas de Saint-Simon o de Lamartine la incitan a odiar y destruir su mundo materialista pequeño burgués en contraste con una utopía romántica, en 7 Cajas el protagonista se ve reflejado en la utopía consumista, montado en el convertible soñado y besando a las princesas que promotoras del consumo. Es un bovarismo invertido, en tanto que lo romántico está fatalmente ligado al alcance de lo material como utopía.
También hay una particularidad en este caso. Hay dos interpretaciones esenciales en el acto de “salir en la tele”, una es mágica y la otra es social. Para un niño como Víctor que no tiene lugar en la representacionalidad mediática salir en la tele es sin duda un gesto tan fantástico que llega a parecer mágico, sobrenatural. Por otra parte hay una dimensión social, en tanto que lo que es reproducido en la televisión es lo que existe, es de alguna forma “la realidad”. En ese aspecto los espejos televisivos de Víctor son también una especie de hilo de Ariadna (al menos aparente) que pueden sacarlo de los límites del laberinto o del mercado.
Víctor también quiere como los otros personajes acceder al dinero, pero como en el caso de Nelson o todavía más, porque Nelson termina ofuscado por la enorme cifra que menciona el jefe en su presencia y pierde de vista todos los otros objetivos, lo que en realidad busca es un bien místico que está inevitablemente relacionado en su imaginario a un teléfono celular y en extensión a la suma que necesita para comprarlo.
El celular o “lelu” es la red que en un supuesto le permitiría capturar sus sueños, en su dimensión mágica sería algo así como la escritura ante los ojos de los primeros guaraníes, el papel que habla o el aparato que nos duplica en un mundo de sueños inalcanzables. El “lelu” con cámara es entonces para Víctor el portal que lo separa de la virtualidad mágica de la televisión.
En el laberinto que ya hemos mencionado que es el mercado, todo es polifónico, múltiple y suceptible de muchas visiones. El “lelu” no es para el policía lo que es para Víctor, no lo es tampoco para la esposa de Gus que ve en su posible venta la posibilidad de costear su parto y sin duda alguna no es lo que termina siendo en manos del coreano Jim, un ojo testigo, un ojo denunciante de la realidad, de la realidad en su faceta más cruda y a la vez en su carácter más hollywoodense o bollywoodense; una espectacular balacera en medio de la calle.

El espejo que devuelve y la victoria Mágica
Los televisores durante toda la película devuelven a Víctor la imagen de sus deseos, el auto, el beso, la ropa. Pero al final el ojo de la cámara, el ojo del “lelu” se da la vuelta para mirar la realidad del mercado y más que eso, el terrible nudo en que esta historia de intereses encontrados termina. El celular, ahora en manos del coreano Jim, nunca fue una vía de evasión de la realidad del mercado, no fue como pensabamos el hilo ariádnico, sino una metáfora de la fatalidad del destino, un gesto absolutamente naturalista.
Pero es notable, así como al principio de la película vimos el ojo de Víctor, al final vemos su sonrisa, su VICTORia ante la realidad. Esta victoria no es social, es mágica, el sonríe porque al final de cuentas “salió en la tele” y salir en la tele es existir, es acceder a la realidad ante miles y miles de ojos morbosos que lo reconocen en el mediodía asunceno.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

buenísima critica, y es una critica vampira, ya que "refleja" mucho de lo que no se ve en imagen.
Genial bro.
Vega R

BlogdeKent dijo...

Nos-feratu de merkadito madrugado.