viernes, 26 de agosto de 2011

Demolition Lumpen


(Foto: A propósito de Asunción, Martín Crespo)



Siempre creí que las palabras tienen cierto poder sobre las cosas. Que de cierta forma una palabra dicha puede afectar el mundo en varios niveles.
Por dar un lindo ejemplo, Jacobo Rauskin gana el premio nacional de literatura en 2007 con Espantadiablos, personalmente nunca la tuve como una gran obra y a veces ni siquiera como una mediocre, sin embargo, en ella la palabra aparece como un amuleto, como un talismán que protege al poeta de ser aplastado por su mundo cotidiano; que le pise un tren o le parta un rayo.
Y luego hay otros ejemplos que no necesariamente están en la literatura, sacarle el saludo a alguien, maldecir un nombre, prometer, pedirle a Dios, son invocaciones verbales que creemos pueden, como ya dije, cambiar la dirección de los acontecimientos.
Paralelamente mantengo otra creencia, creo que la locura es el último lugar sano en el devenir humano. No la locura científica que está al borde de la genialidad como el caso de Nash o de Bobby Fischer, ni la locura histérica de Ortiz Guerrero, ni la del poeta serial killer como Manson, hablo de otra locura, esa locura mediana, indeseada, que desafía al tránsito caminando en sentido contrario y profiriendo insultos al aire, hablo de la locura amenazante, la que nos hace cambiar de vereda.
Por dar otro ejemplo, nombro al extraño personaje que ocupa desde hace tiempo una casita abandonada sobre Perú casi Mariscal López. Ha sido fotografiado por Martín Crespo con varios diferentes disfraces, lo he visto entrevistando gente ficticia en el Mercado 4 y sosteniendo grandes discursos a lo Allen Ginsberg sobre Mariscal Lopez.
Este personaje delirante y paranoico, debe guardar en algún cajón de su memoria episodios de una guerra, o en su defecto, de muchas guerras. Su locura es un exceso de salud mental, una hipersensibilidad hacia la matanza, la guerra, la persecución del pensamiento, derivada en una paranoia que lo ha arrancado de lo que nosotros llamamos realidad.
Este hombre, hacia quien siento una cercana amistad a pesar de nunca haberlo abordado, comparte conmigo la primera creencia, el poder de la palabra, el poder conjurador y perfomativo del lenguaje. La fachada de su casa sobre Perú está empapelada con escritos suyos, ideas, amenazas, conjuros, alertas, que mezclan en un mismo escenario episodios de la guerra fría, operaciones de la Cía, Hiroshima, Stroessner, el apocalipsis, y algunos garabatos que ya no pueden descifrarse tan claramente.
Hasta hoy pensaba que estos escritos lo protegían del mundo exterior, del amenazante mundo de la guerra, de los autos que circulan velozmente trasladando espías de miradas perdidas y posiblemente cadaveres y municiones en la valijera. Adentro nada podía ocurrirle ya que había cercado su escondite con sus escritos, infranqueables, mágicos.
Digo hasta hoy porque esta mañana vi máquinas de una empresa constructora derribando la casa.

3 comentarios:

nosoyneo dijo...

el tiempo todo locura

Gisselle Jara dijo...

El origen de una desgracia!!!! no permitamos que que le quiten su refugio nuclear

Panzolomeo dijo...

Cada guerra es una destrucción del espíritu humano. Henry Miller